Los huesos se quiebran porque deben soportar presiones
superiores a su fuerza intrínseca y en algunos casos por déficit muscular, dado
que “el hueso es sólo lo que el músculo quiere que sea”. Pero lo singular del
caso es que, según los estudios en nuestro IMDyR el 2% de los adolescentes
entre 10 y 16 años que juegan futbol sufre la fractura de algún hueso de dichos
miembros, mientras que tan solo el 1% se ve afectado por una fractura de la
pierna.
Dentro del grupo de los que sufren fracturas en miembros
superiores, el promedio de fracturas lo encabeza la muñeca, y muy cerca los
huesos del antebrazo. Luego durante la niñez y la adolescencia todos los huesos
se encuentran en permanente cambio debido al crecimiento, por eso el
tratamiento que requieren los sufridos elementos óseos de un niño ó de un
adolescente de divisiones inferiores del futbol, será muy diferente del que se
emplea en los de un maduro jugador profesional.
La diferencia no la hacen la destreza o el profesionalismo
del deporte en cuestión, sino la edad de quien ha sufrido una fractura jugando
futbol. Estas son tan diferentes de las que padecen los adultos, como son
diferentes por ejemplo, los trastornos psíquicos o los cardiovasculares en
estas etapas de la vida.
Y allí está la el quid de la cuestión. Porque los métodos
tradicionales para la curación de una fractura pueden resultar poco efectivos
en el caso de que se trate de niños. Especialmente en el campo de la cirugía
ortopédica.
A diferencia de lo que sucede en adultos, en los
jóvenes jugadores los yesos, por citar un tratamiento incruento y soportado por
tiempos prolongados, no suelen generar las rigideces observadas en el adulto y
responden fácilmente ante adecuadas rehabilitaciones. Algo distinto ocurre en
los adultos, por ejemplo.
Y una vez llegada la hora la fisioterapia generalmente no la
es necesaria para los niños. En cambio si es bien recibido es el hielo,
férulas, vendajes suaves y aquellas rehabilitaciones que no causen dolor.
Dicho dolor restringe los movimientos y debe ser tomado en
cuenta siempre, pues es un buen consejero de que algo no funciona bien.
En lo posible los padres e instructores deberán dejar de
lado ansiedades perniciosas y dejar que el tiempo de rehabilitación junto al
trabajo del médico completen su labor.
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