Cuantas idas y venidas para cumplir con algo tan simple como
efectivo, como es la tarea de enseñar transmitiendo los conocimientos
adquiridos, al alumno dispuesto a
abrevar los mismos. Siempre fue así. Por ello la docencia y el alumno.
Uno sin el otro no tienen motivo de ser.
Claro, si la podemos hacer difícil para que la vamos a hacer
fácil.
Dentro de las leyes de ese juego estarán los momentos buenos
y malos. Aquí donde quizás el aplazo pase a ser un acicate y prepararse para
una sana revancha
De allí surgirá el insuficiente pero también el
sobresaliente. Sin dramatizar. Mi generación vivió entre estrictos bolilleros,
“paseos por todo el programa”, y exámenes en marzo.
No dañaban nuestra autoestima .
Muchos estudiantes, por diversos motivos, han dejado
paulatinamente el deseo de lograr lo mejor para ellos. En cambio hay algo que
los deslumbra: trascender mediáticamente. Existe un deseo fervoroso de verse en
alguna pantalla, aún una selfie.
La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento
sino rehusarse a adquirirlo, decía Kart Popper. Y para Guillermo Jaime Etcheverry, “el ser alumno de cualquier
nivel, requiere una disposición a aprender basada precisamente, en el
reconocimiento previo de que algo nos falta.”
Muchas veces son culpables el padre ó la madre, ó ambos. Han
convertido al hijo en un ídolo que no es tal. Es sólo un niño, que debe
adquirir conocimientos, respetando y agradeciendo al maestro, por
suministrárselos, lo cual es su tarea específica. Sería bueno entender que el maestro no es un rival del
alumno y que el padre no puede transformarse en un defensor dentro del área chica, maltratando
al docente.
El insuficiente debería considerarse un acicate y a través
del cual superarse, porque así es la
vida. Superación tras caída.
Con ello los padres, pasarían
a actuar como actuaron los nuestros
donde la palabra del maestro valía doble.
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